
Aguardamos pacientes en el aeropuerto Charles de Gaulle a la espera de nuestro vuelo, en una agradable cafetería donde paganos 20 euros por dos sucedáneos de café y un bocata de lomo rancio. Cuando quisimos ir al baño, nos sugirieron que usáramos el gallinero. La entrañable hospitalidad francesa.

Eso sin descuidar la diferencia entre los dos menus , mas justito (lembas un

El chirrido de las ruedas del avión al aterrizar nos despertó ya en territorio japonés hacia las 13.30 del día siguiente. Tras una noche insomne de cine (con un pase de la estupendásica Train Man), videojuegos y turbulencias, nos habíamos quedado sobados a la altura del mar de Japón.
Desembarcamos, nos quitamos las legañas, nos despedimos con lágrimas en los ojos de una anciana nipona que había batido durante el vuelo el récord

mundial de beber té a más de 10.000 pies de altura y nos dirigimos a la terminal de Narita.
Rellenamos un cuestionario para la oficina de inmigración. "Ha sido deportado alguna vez de Japón" "No, ésta será la primera." A continuación, las maletas. Todas ellas llegaron sin novedad, salvo la de Gonzalo, que se rompió durante el trayecto. Elevó una protesta a las autoridades aeroportuarias, y recibió sin dilación una

Validamos el abono Japan Railpass que habíamos comprado en LLeida, y que nos permite viajar durante una semana por toda la red ferroviaria japonesa. Reservamos billetes de tren para ir desde Narita a la estación central de Tokyo, y de allí a Kyoto. En esta etapa del viaje descubrimos la magnánima amabilidad de los japoneses, que nos guiaron, aconsejaron y cuidaron para que llegáramos sanos y salvos a nuestro destino. Pero esta cuestión merece un artículo aparte en mejor ocasión.

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