
Veinticinco horas después de haber salido de Lleida, llegamos al albergue J-Hoppers de Kyoto. Nos alojamos en el quinto piso de un edificio sin ascensor. El amable hostelero nos dio sábanas limpias, un piolet para escalar las empinadas escaleras y nos informó de que el armario empotrado era en realidad el retrete y que, si queríamos ducharnos, teníamos que hacerlo dos pisos más abajo.

En el vestíbulo, nos invitaron a quitarnos los zapatos. Descubrimos entonces dos cosas. A. Que estábamos en un contexto social y cultural nuevo y en gran parte desconocido para nosotros. B. Que Marco debería haber ido en chanclas, en lugar de llevar esas dos armas biológicas que él llama sus botas. Las guardamos en armario destinado a este fin antes de que nadie resultase herido y trepamos hasta nuestra habitación.
Allí compartimos habitación con un un mejicano, un holandés y tres yanquis. Parece el comienzo de un chiste, lo sabemos. Al final de la estancia, haremos balance y diremos si ha tenido gracia. Desplegamos el equipaje, hicimos las camas, nos duchamos. Declinamos amablemente una tentadora propuesta de salir de fiesta y nos fuimos a cenar con Álvaro, compañero de habitación y Willie Fogg mejicano.

Volvimos al albergue hacia la medianoche y nos fuimos a dormir. Al día siguiente, había que levantarse temprano para explorar Kyoto.
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